Michoacán, el “lugar donde abunda el pescado”, como se le llamó en la antigüedad, fue uno de los reinos más extensos y ricos del mundo mesoamericano prehispánico; su diversificada geografía y la extensión de su territorio dieron cabida a diferentes asentamientos humanos con distintos niveles de desarrollo tecnológico y cultural, cuya huella ha venido siendo descubierta por los arqueólogos especialistas en el occidente de México.
Las constantes investigaciones multidisciplinarias permiten ofrecer al visitante una visión más completa de la cronología correspondiente a los primeros asentamientos humanos y de los posteriores que fueron conformando al legendarioReino Purépecha.
Por desgracia el saqueo y la falta de investigaciones multidisciplinarias tan necesarias en esta importante región, no han permitido hasta la fecha dar una visión completa que dé a conocer con exactitud la cronología correspondiente a los primeros asentamientos humanos y la de aquellos posteriores, que fueron conformando el legendario Reino Purépecha. Las fechas que se conocen con alguna exactitud corresponden a un periodo tardío, relativamente anterior al proceso de la Conquista, sin embargo, gracias a los documentos escritos por los primeros evangelizadores y que conocemos con el nombre de “Relación de las ceremonias y ritos y población y gobierno de los indios de la Provincia de Michoacán”, ha sido posible reconstruir cual gigantesco rompecabezas, una historia que nos deja ver con claridad, a partir de mediados del siglo XV, una cultura cuya organización política y social llegó a ser de tal magnitud, que fue capaz de mantener a raya al todopoderoso imperioMexica.
Algunas de las dificultades para tener un cabal entendimiento de la cultura michoacana, residen en el idiomatarasco, ya que este no corresponde a las familias lingüísticas de Mesoamérica; su origen de acuerdo con prestigiados investigadores mantiene un parentesco lejano con el quechua, uno de los dos idiomas principales en la zona andina sudamericana. El parentesco tendría su punto de partida hace aproximadamente cuatro milenios, lo que permite rechazar de inmediato la posibilidad de que los tarascos hubieran llegado, procedentes del cono andino a principios del siglo XIV de nuestra era.
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