LA FUNDACIÓN DE UNA CIUDAD: LA HABANA
La
ciudad de La Habana tiene cosas maravillosas; tiene misterios y
curiosidades que la hacen una de las villas más originales del
continente americano. Ella fue fundada en 1513, pero sobre otro
asentamiento hoy llamado Surgidero de Batabanó. En cuanto al Puerto que
lleva su nombre, originalmente fue bautizado como de Carenas, por
Sebastián de Ocampo en 1508, sin embargo, fue evidente que las
condiciones naturales de la Bahía eran mejores, y con la primera misa,
el 16 de noviembre de 1519, se da por fundada oficialmente. Ya el 10
de febrero de ese mismo año, había pasado por ella Hernán Cortés para
emprender una expedición que derivaría en la Conquista de México y daría
la razón histórica a sus fundadores, sobre lo acertado del cambio de
sede.
Varias son las características que distinguen a nuestra
ciudad: el estar próxima a una bahía de bolsa, de las mayores del mundo
en su tipo; la extensión y crecimiento anormal: pues no rodeó jamás el
Puerto, sino que creció hacia el oeste, fundamentalmente; un bosque que
sirvió para durante varios siglos fuera el astillero de la flota de
guerra española: El Vedado y cuyas maderas además, adornan el
magnífico palacio de los Reyes de España, llamado El Escorial, y una
situación geográfica tan aventajada dentro del imperio colonial español
que le valió el ser llamada Llave del Nuevo Mundo y Antemural de las
Indias Occidentales... Pero, ¿ cómo era esta Habana, tan valiosa,
finalmente, primero, para España y después, para los Estados Unidos?.
La Habana y su crecimiento
Un caserío pequeño y sin calles, de bohíos y sólo una casa de
piedras: hoy situada --se cree-- donde se encuentra el Hostal de
Valencia, edificio recientemente restaurado. Este cuadro deprimente no
duró mucho tiempo ya que, rápidamente, la conquista de Nueva España (
México), relacionó nuestra villa con las riquezas que se enviaban
hacia España. La flota o el sistema de flotas --grupo de barcos-- ,
cordón umbilical nutridor de oro, plata, productos varios que unió el
imperio americano de España, comenzó a pasar por La Habana. Pronto,
los situados o un fondo en barra o monedas de plata y/ o de oro,
provenientes de México, comenzaron a quedarse para financiar las obras
ingenieriles militares o civiles que la ciudad emprendió para consolidar
el Estado español en las Indias Occidentales. La Habana creció en
riquezas e importancia política y económica a tal punto, que en 1537
sufría su primer ataque pirata, muestra de que su posesión era
codiciada.
Una bahía de bolsa, pues, no fue condición para que la
ciudad en su crecimiento, la rodeara. Considerando que esta bahía le
otorgaba razón de ser económicamente, no obstante, La Habana creció
antilógicamente separándose de ella, hacia el oeste, primero y después,
hacia abajo. Durante varios siglos esta situación permaneció
inalterable y en la centuria XX, la villa decidió reconocer la
posibilidad de expansión hacia el este.
Tres calzadas marcaron en
un inicio esta dirección de crecimiento: San Lázaro, la de La Reina y
la del Cerro (Calzada de Monte, hasta la esquina de Tejas). Mientras
tanto, los actuales municipios habaneros Guanabacoa, Regla y Casablanca,
se consideraban fuera de La Habana.
Una ciudad singular
La mejor prueba de cómo se valoró su crecimiento urbanístico fueron
precisamente las obras que se ejecutaron en ella a través de varios
siglos. Por ejemplo, hacia fines de siglo XVI se comenzó a construir
la llamada Zanja Real, la cual tomaba aguas del río Almendares y
terminaba en la Plazuela de la Ciénaga, hoy Plaza de la Catedral...
¿sería que la ciudad, sedienta, se dirigía verdaderamente en busca del
preciado líquido? Hoy pensaríamos que se trataba de otra cosa: tal vez,
una forma de crear un canal, como el de la Zanja Real para las
comunicaciones... Lo cierto es que en 1774 se construyó un depósito en
El Husillo y después, el acueducto de Fernando VII se terminó en 1835.
En 1856, el ingeniero Francisco de Alvear proyectó el acueducto que
lleva su nombre (acueducto de Alvear), para utilizar los manantiales de
Vento y las aguas del Calvario, Managua, Calabazar, Cacahual y Gíbaro, y
su realización quedó para 36 años, más tarde, ya que la obra fue
terminada en 1892 por una empresa norteamericana.
Sin embargo,
las tierras fértiles que rodeaban la ciudad fueron también plantadas de
tabaco, caña de azúcar y ocupadas por ganado, para abastecer a los
buques que dormían la siesta obligada de varios meses, para evitar los
peligros de la temporada ciclónica y viajar como flota o con la
protección del grupo de varios barcos hacia la metrópoli.
Otro
detalle, las fortalezas construidas fueron realmente emplazadas de una
manera muy dispersa, considerando que La Habana en aquella época, no
era tan grande. Un torreón en la Chorrera (Almendares) y otro en
Cojímar, protegían de ataques marinos. El Príncipe, castillo situado al
final de la calzada de Carlos III se encontraba fuera de La Habana y de
su muralla... con todo y el sistema fortificador de más lógica, se
situó ejecutando un anillo imaginario que encerraba la ciudad pasando
por el Castillo de Atarés, al sur, del Castillo del Morro y el de la
Cabaña y el de la Punta, situados al norte y alrededor de la embocadura
de la bahía, ya que el caso del Castillo de la Fuerza, fue considerado
bien pronto sin remedio: esta fortaleza era poco menos que inútil...
lejos de la ciudad y lejos del canal de entrada a la bahía de La Habana,
que pretendía defender, y lejos de llenarse sus fosos por una mala
previsión, y sin abastecimiento de agua, provocó las iras de un
funcionario inspector... que con su informe debió haber decidido a las
Cortes de España a reconsiderar el caso de la defensa de su Perla de las
Antillas como llamaban a Cuba.
La Bahía de La Habana
Hacia
1742 los problemas que confrontaban los barcos para anclar, motivaron
que las autoridades coloniales quisieran echar un vistazo al fondo de
la Bahía y en ese año, el Teniente General de Marina Rodrigo Torres
hizo un reconocimiento del fondo, que dio como resultado que éste se
había elevado en varios metros a causa de las deposiciones continuadas
provenientes de la urbe. Habría que recordar que los navíos eran de
madera y el encallaje hacía sufrir la integridad del barco. En 1783,
se volvió a medir la anchura del canal de entrada --y la estimación
anterior databa de seis décadas-- y se encontró que la profundidad
había disminuido. Coinciden entre otros, factores como que un ciclón
echó a pique nada menos que 69 barcos anclados en la Bahía, que los
ataques piratas dejaban el saldo de hundimientos más o menos periódicos
y que las basuras iban a parar totalmente a su fondo.
La industria
que se desarrolló desde fines del siglo XIX contribuyó a que la
sedimentación, y la contaminación ahogaran prácticamente, la normal
respiración de la bahía. Hoy esa caricatura de mar embolsado es un
ejemplo de cuánto mal hace el hombre con una indiscriminada utilización
de los beneficios de la naturaleza. Sin embargo, actualmente se
realizan estudios y obras que mejorarán –esperamos-- la ecología y por
ende, el equilibrio incluso, saludable y económico, de la razón de
ser centenaria de una ciudad como La Habana: su Bahía.