LA FUNDACIÓN DE UNA CIUDAD: LA HABANA (16 de noviembre de 1519) Por Alejandro Cánovas Pérez
LA FUNDACIÓN DE UNA CIUDAD: LA HABANA
La ciudad de La Habana tiene cosas maravillosas; tiene misterios y curiosidades que la hacen una de las villas más originales del continente americano. Ella fue fundada en 1513, pero sobre otro asentamiento hoy llamado Surgidero de Batabanó. En cuanto al Puerto que lleva su nombre, originalmente fue bautizado como de Carenas, por Sebastián de Ocampo en 1508, sin embargo, fue evidente que las condiciones naturales de la Bahía eran mejores, y con la primera misa, el 16 de noviembre de 1519, se da por fundada oficialmente. Ya el 10 de febrero de ese mismo año, había pasado por ella Hernán Cortés para emprender una expedición que derivaría en la Conquista de México y daría la razón histórica a sus fundadores, sobre lo acertado del cambio de sede.
Varias son las características que distinguen a nuestra ciudad: el estar próxima a una bahía de bolsa, de las mayores del mundo en su tipo; la extensión y crecimiento anormal: pues no rodeó jamás el Puerto, sino que creció hacia el oeste, fundamentalmente; un bosque que sirvió para durante varios siglos fuera el astillero de la flota de guerra española: El Vedado y cuyas maderas además, adornan el magnífico palacio de los Reyes de España, llamado El Escorial, y una situación geográfica tan aventajada dentro del imperio colonial español que le valió el ser llamada Llave del Nuevo Mundo y Antemural de las Indias Occidentales... Pero, ¿ cómo era esta Habana, tan valiosa, finalmente, primero, para España y después, para los Estados Unidos?.
Un caserío pequeño y sin calles, de bohíos y sólo una casa de piedras: hoy situada --se cree-- donde se encuentra el Hostal de Valencia, edificio recientemente restaurado. Este cuadro deprimente no duró mucho tiempo ya que, rápidamente, la conquista de Nueva España ( México), relacionó nuestra villa con las riquezas que se enviaban hacia España. La flota o el sistema de flotas --grupo de barcos-- , cordón umbilical nutridor de oro, plata, productos varios que unió el imperio americano de España, comenzó a pasar por La Habana. Pronto, los situados o un fondo en barra o monedas de plata y/ o de oro, provenientes de México, comenzaron a quedarse para financiar las obras ingenieriles militares o civiles que la ciudad emprendió para consolidar el Estado español en las Indias Occidentales. La Habana creció en riquezas e importancia política y económica a tal punto, que en 1537 sufría su primer ataque pirata, muestra de que su posesión era codiciada.
Una bahía de bolsa, pues, no fue condición para que la ciudad en su crecimiento, la rodeara. Considerando que esta bahía le otorgaba razón de ser económicamente, no obstante, La Habana creció antilógicamente separándose de ella, hacia el oeste, primero y después, hacia abajo. Durante varios siglos esta situación permaneció inalterable y en la centuria XX, la villa decidió reconocer la posibilidad de expansión hacia el este.
Tres calzadas marcaron en un inicio esta dirección de crecimiento: San Lázaro, la de La Reina y la del Cerro (Calzada de Monte, hasta la esquina de Tejas). Mientras tanto, los actuales municipios habaneros Guanabacoa, Regla y Casablanca, se consideraban fuera de La Habana.
La mejor prueba de cómo se valoró su crecimiento urbanístico fueron precisamente las obras que se ejecutaron en ella a través de varios siglos. Por ejemplo, hacia fines de siglo XVI se comenzó a construir la llamada Zanja Real, la cual tomaba aguas del río Almendares y terminaba en la Plazuela de la Ciénaga, hoy Plaza de la Catedral... ¿sería que la ciudad, sedienta, se dirigía verdaderamente en busca del preciado líquido? Hoy pensaríamos que se trataba de otra cosa: tal vez, una forma de crear un canal, como el de la Zanja Real para las comunicaciones... Lo cierto es que en 1774 se construyó un depósito en El Husillo y después, el acueducto de Fernando VII se terminó en 1835. En 1856, el ingeniero Francisco de Alvear proyectó el acueducto que lleva su nombre (acueducto de Alvear), para utilizar los manantiales de Vento y las aguas del Calvario, Managua, Calabazar, Cacahual y Gíbaro, y su realización quedó para 36 años, más tarde, ya que la obra fue terminada en 1892 por una empresa norteamericana.
Sin embargo, las tierras fértiles que rodeaban la ciudad fueron también plantadas de tabaco, caña de azúcar y ocupadas por ganado, para abastecer a los buques que dormían la siesta obligada de varios meses, para evitar los peligros de la temporada ciclónica y viajar como flota o con la protección del grupo de varios barcos hacia la metrópoli.
Otro detalle, las fortalezas construidas fueron realmente emplazadas de una manera muy dispersa, considerando que La Habana en aquella época, no era tan grande. Un torreón en la Chorrera (Almendares) y otro en Cojímar, protegían de ataques marinos. El Príncipe, castillo situado al final de la calzada de Carlos III se encontraba fuera de La Habana y de su muralla... con todo y el sistema fortificador de más lógica, se situó ejecutando un anillo imaginario que encerraba la ciudad pasando por el Castillo de Atarés, al sur, del Castillo del Morro y el de la Cabaña y el de la Punta, situados al norte y alrededor de la embocadura de la bahía, ya que el caso del Castillo de la Fuerza, fue considerado bien pronto sin remedio: esta fortaleza era poco menos que inútil... lejos de la ciudad y lejos del canal de entrada a la bahía de La Habana, que pretendía defender, y lejos de llenarse sus fosos por una mala previsión, y sin abastecimiento de agua, provocó las iras de un funcionario inspector... que con su informe debió haber decidido a las Cortes de España a reconsiderar el caso de la defensa de su Perla de las Antillas como llamaban a Cuba.
Hacia 1742 los problemas que confrontaban los barcos para anclar, motivaron que las autoridades coloniales quisieran echar un vistazo al fondo de la Bahía y en ese año, el Teniente General de Marina Rodrigo Torres hizo un reconocimiento del fondo, que dio como resultado que éste se había elevado en varios metros a causa de las deposiciones continuadas provenientes de la urbe. Habría que recordar que los navíos eran de madera y el encallaje hacía sufrir la integridad del barco. En 1783, se volvió a medir la anchura del canal de entrada --y la estimación anterior databa de seis décadas-- y se encontró que la profundidad había disminuido. Coinciden entre otros, factores como que un ciclón echó a pique nada menos que 69 barcos anclados en la Bahía, que los ataques piratas dejaban el saldo de hundimientos más o menos periódicos y que las basuras iban a parar totalmente a su fondo.
La industria que se desarrolló desde fines del siglo XIX contribuyó a que la sedimentación, y la contaminación ahogaran prácticamente, la normal respiración de la bahía. Hoy esa caricatura de mar embolsado es un ejemplo de cuánto mal hace el hombre con una indiscriminada utilización de los beneficios de la naturaleza. Sin embargo, actualmente se realizan estudios y obras que mejorarán –esperamos-- la ecología y por ende, el equilibrio incluso, saludable y económico, de la razón de ser centenaria de una ciudad como La Habana: su Bahía.
La ciudad de La Habana tiene cosas maravillosas; tiene misterios y curiosidades que la hacen una de las villas más originales del continente americano. Ella fue fundada en 1513, pero sobre otro asentamiento hoy llamado Surgidero de Batabanó. En cuanto al Puerto que lleva su nombre, originalmente fue bautizado como de Carenas, por Sebastián de Ocampo en 1508, sin embargo, fue evidente que las condiciones naturales de la Bahía eran mejores, y con la primera misa, el 16 de noviembre de 1519, se da por fundada oficialmente. Ya el 10 de febrero de ese mismo año, había pasado por ella Hernán Cortés para emprender una expedición que derivaría en la Conquista de México y daría la razón histórica a sus fundadores, sobre lo acertado del cambio de sede.
Varias son las características que distinguen a nuestra ciudad: el estar próxima a una bahía de bolsa, de las mayores del mundo en su tipo; la extensión y crecimiento anormal: pues no rodeó jamás el Puerto, sino que creció hacia el oeste, fundamentalmente; un bosque que sirvió para durante varios siglos fuera el astillero de la flota de guerra española: El Vedado y cuyas maderas además, adornan el magnífico palacio de los Reyes de España, llamado El Escorial, y una situación geográfica tan aventajada dentro del imperio colonial español que le valió el ser llamada Llave del Nuevo Mundo y Antemural de las Indias Occidentales... Pero, ¿ cómo era esta Habana, tan valiosa, finalmente, primero, para España y después, para los Estados Unidos?.
La Habana y su crecimiento
Un caserío pequeño y sin calles, de bohíos y sólo una casa de piedras: hoy situada --se cree-- donde se encuentra el Hostal de Valencia, edificio recientemente restaurado. Este cuadro deprimente no duró mucho tiempo ya que, rápidamente, la conquista de Nueva España ( México), relacionó nuestra villa con las riquezas que se enviaban hacia España. La flota o el sistema de flotas --grupo de barcos-- , cordón umbilical nutridor de oro, plata, productos varios que unió el imperio americano de España, comenzó a pasar por La Habana. Pronto, los situados o un fondo en barra o monedas de plata y/ o de oro, provenientes de México, comenzaron a quedarse para financiar las obras ingenieriles militares o civiles que la ciudad emprendió para consolidar el Estado español en las Indias Occidentales. La Habana creció en riquezas e importancia política y económica a tal punto, que en 1537 sufría su primer ataque pirata, muestra de que su posesión era codiciada.
Una bahía de bolsa, pues, no fue condición para que la ciudad en su crecimiento, la rodeara. Considerando que esta bahía le otorgaba razón de ser económicamente, no obstante, La Habana creció antilógicamente separándose de ella, hacia el oeste, primero y después, hacia abajo. Durante varios siglos esta situación permaneció inalterable y en la centuria XX, la villa decidió reconocer la posibilidad de expansión hacia el este.
Tres calzadas marcaron en un inicio esta dirección de crecimiento: San Lázaro, la de La Reina y la del Cerro (Calzada de Monte, hasta la esquina de Tejas). Mientras tanto, los actuales municipios habaneros Guanabacoa, Regla y Casablanca, se consideraban fuera de La Habana.
Una ciudad singular
La mejor prueba de cómo se valoró su crecimiento urbanístico fueron precisamente las obras que se ejecutaron en ella a través de varios siglos. Por ejemplo, hacia fines de siglo XVI se comenzó a construir la llamada Zanja Real, la cual tomaba aguas del río Almendares y terminaba en la Plazuela de la Ciénaga, hoy Plaza de la Catedral... ¿sería que la ciudad, sedienta, se dirigía verdaderamente en busca del preciado líquido? Hoy pensaríamos que se trataba de otra cosa: tal vez, una forma de crear un canal, como el de la Zanja Real para las comunicaciones... Lo cierto es que en 1774 se construyó un depósito en El Husillo y después, el acueducto de Fernando VII se terminó en 1835. En 1856, el ingeniero Francisco de Alvear proyectó el acueducto que lleva su nombre (acueducto de Alvear), para utilizar los manantiales de Vento y las aguas del Calvario, Managua, Calabazar, Cacahual y Gíbaro, y su realización quedó para 36 años, más tarde, ya que la obra fue terminada en 1892 por una empresa norteamericana.
Sin embargo, las tierras fértiles que rodeaban la ciudad fueron también plantadas de tabaco, caña de azúcar y ocupadas por ganado, para abastecer a los buques que dormían la siesta obligada de varios meses, para evitar los peligros de la temporada ciclónica y viajar como flota o con la protección del grupo de varios barcos hacia la metrópoli.
Otro detalle, las fortalezas construidas fueron realmente emplazadas de una manera muy dispersa, considerando que La Habana en aquella época, no era tan grande. Un torreón en la Chorrera (Almendares) y otro en Cojímar, protegían de ataques marinos. El Príncipe, castillo situado al final de la calzada de Carlos III se encontraba fuera de La Habana y de su muralla... con todo y el sistema fortificador de más lógica, se situó ejecutando un anillo imaginario que encerraba la ciudad pasando por el Castillo de Atarés, al sur, del Castillo del Morro y el de la Cabaña y el de la Punta, situados al norte y alrededor de la embocadura de la bahía, ya que el caso del Castillo de la Fuerza, fue considerado bien pronto sin remedio: esta fortaleza era poco menos que inútil... lejos de la ciudad y lejos del canal de entrada a la bahía de La Habana, que pretendía defender, y lejos de llenarse sus fosos por una mala previsión, y sin abastecimiento de agua, provocó las iras de un funcionario inspector... que con su informe debió haber decidido a las Cortes de España a reconsiderar el caso de la defensa de su Perla de las Antillas como llamaban a Cuba.
La Bahía de La Habana
Hacia 1742 los problemas que confrontaban los barcos para anclar, motivaron que las autoridades coloniales quisieran echar un vistazo al fondo de la Bahía y en ese año, el Teniente General de Marina Rodrigo Torres hizo un reconocimiento del fondo, que dio como resultado que éste se había elevado en varios metros a causa de las deposiciones continuadas provenientes de la urbe. Habría que recordar que los navíos eran de madera y el encallaje hacía sufrir la integridad del barco. En 1783, se volvió a medir la anchura del canal de entrada --y la estimación anterior databa de seis décadas-- y se encontró que la profundidad había disminuido. Coinciden entre otros, factores como que un ciclón echó a pique nada menos que 69 barcos anclados en la Bahía, que los ataques piratas dejaban el saldo de hundimientos más o menos periódicos y que las basuras iban a parar totalmente a su fondo.
La industria que se desarrolló desde fines del siglo XIX contribuyó a que la sedimentación, y la contaminación ahogaran prácticamente, la normal respiración de la bahía. Hoy esa caricatura de mar embolsado es un ejemplo de cuánto mal hace el hombre con una indiscriminada utilización de los beneficios de la naturaleza. Sin embargo, actualmente se realizan estudios y obras que mejorarán –esperamos-- la ecología y por ende, el equilibrio incluso, saludable y económico, de la razón de ser centenaria de una ciudad como La Habana: su Bahía.